Lo latino en Martí

Por Cintio Vitier

 

En el elogio de Martí a Cecilio Acosta leemos el siguiente párrafo:

 

“Familiar le era Virgilio, y la flautilla de caña, y Corydón, y Acates; él supo la manera con que Horacio llama a Telephus, o celebra a Lydia, o invita a Leuconoe a beber de su mejor vino y a encerrar sus esperanzas de ventura en límites estrechos. Le deleitaba Propercio, por elegante; huía de Séneca, por frío; le arrebataba y le henchía de entusiasmo Cicerón. Hablaba un latín puro, rico y agraciado; no el del Foro del Imperio sino el del Senado de la República; no el de la casa de Claudio sino el de la de Mecenas. Huele a mirra y a leche aquel lenguaje, y a tomillo y verbena.”

 

No se escriben estas líneas si no se han tenido parecidas experiencias. Todo el elogio al prócer venezolano transparenta también, en el Martí del viaje a Caracas, el de su autoidentificación bolivariana, el de su entrada a la capitanía del modernismo, el de su amistad con Arístides Rojas y con el padre Pili, el de su conocimiento del Gran Semí y el padre Amalivaca, la aspiración a una universalidad de raíces tan latinas como americanas.

 

Ocho años después, en su discurso-homenaje a José María Heredia, cuando ya había llamado a Andrés Bello “un Virgilio americano”, dice Martí:

 

“A Cicerón le enseñaba [su padre] a amar, y amaba él más, por su naturaleza artística y armoniosa, que a Marat y a Fouquier Tinville. El peso de las cosas enseñaba el padre, y la necesidad de impelerlas con el desinterés, y fundarlas con la moderación. [No olvidemos que él habló de “la genial moderación”]. El latín que estudiaba con el maestro Correa no era el de Séneca difuso, ni el de Lucano verboso, ni el de Quintillano, lleno de alamares y de lentejuelas, sino el de Horacio, de clara hermosura, más bello que los griegos, porque tiene su elegancia sin su crudeza, y es vino fresco tomado de la uva, con el perfume de las pocas rosas que crecen en la vida. De Lucrecia era por la mañana la lección de Don José Francisco, y por la noche de Humboldt. El padre, y sus amigos de sobremesa, dejaban, estupefactos, caer el libro. ¿Quién era aquel, que lo traía todo en sí? Niño, ¿has sido rey, has sido Ossian, has sido Bruto? Era como si viese el niño batallas de estrellas…”

 

Una nota de flauta, un anuncio de trueno. Esto es lo latino en Martí. No puedo decir más.

 

(Lunes, 23 de abril de 2007)